Esta es una historia de dos ruedas, dos ruedas
muy particulares. Porque hay ruedas de muchos tipos pero a las que yo me
refiero tienen unos 32 radios con sus cabecillas, un buje y una llanta. Todo
ello acompañado de un buen cuadro, en mi caso de doble suspensión, un
manillar, unas bielas y unas cuantas piezas más.
Sin duda, este amasijo de piezas metálicas,
en su mayoría de aluminio, todas juntas y bien colocadas en su sitio,
son para mí lo que hace que me acueste todos los viernes y
algunos sábados por la noche con la ilusión de un niño la
noche de Reyes.
Todo empezó a principio de los años 90,
un amigo me dejo una bici con ruedas gordas, tres platos y unos 6 ó 7
piñones. Cuando empecé a dar pedales y subir algún repecho me di
cuenta que esto podía ser muy divertido.
En unas semanas ya tenía mi flamante primera
bicicleta de montaña, no me acuerdo de la marca, pero sí que me acuerdo que la
compre en un gran supermercado por algo más de 24.000 pesetas.
Así que, empezaron las primeras rutas por la
Sierra de Madrid. Con un mapa y muchas ganas de descubrir nuevos
recorridos íbamos enlazando pistas de pueblo en pueblo. Cada fin de
semana era una nueva aventura.
Con el tiempo la cosa fue evolucionando, cada vez
las bicis eran más sofisticadas y más ligeras. De ir enlazando pueblos pasamos
a enlazar senderos y trialeras subiendo cada vez más alto. Esto empezaba a
gustarme más y más, ya no era el hecho de dar pedales sino también de
bajar por sitios más o menos complicados. La excusa no era buscar nuevos sitios
que visitar sino buscar nuevas emociones.
Finalmente, hemos acabado con bicis que hace años
ni en nuestros mejores sueños hubiéramos pensado y buscando nuevas sensaciones,
que cada vez nos enganchan mas.
A partir de aquí empieza este blog, con
la única idea de contar nuestras aventuras que nos llevaran, ¡hasta
el infinito y más allá!
No hay comentarios:
Publicar un comentario